jueves, 14 de agosto de 2008

Mujeres

Creo fundamental y casi urgente sanar mi relación con las mujeres. Y aunque el tema lo invita, no, hoy no hablaremos de mi madre, aunque Freud nos sugiera que es la culpable y acá su humilde discípula lo sostenga también.
El caso es que apesta. Apesta porque vivo despreciándolas pero al mismo tiempo sé que mi desprecio no se sostiene, no universalmente al menos. Y apesta también porque soy mujer, lo que me hace vivir en una constante contradicción interna, en donde por una parte soy de hecho una mujer (maquillaje, tacones y juegos de seducción) y por otra parte intento nombrare masculina o de menos asexual en mi comportamiento y en mi discurso. Estoy estancada en la negación de mi propia naturaleza y como no puedo despreciarla del todo en mí (mis senos me lo impiden y mi vaivén emocional y así podría seguir), la desprecio en las demás personas de mi propio género, es terrible. Cuando emito juicios tan categóricos me descarto a mí misma, sin contar a muchas otras pobres almas de buenas intenciones pero de sexo débil (ja!).
¿Y qué prejuicios tengo?
En primer lugar, creo que existe una fuerte tendencia a la rivalidad que hace que todas las mujeres se devoren las unas a otras. Creo además, que las mujeres son prejuiciosas por naturaleza, y que buscan ante todo desacreditarte. Creo que se clavan en la textura, que hablan siempre de los pequeños detalles más concretos para así librarse del deber de hacer abstracciones, para no tener que ver más allá de sus narices.
Qué sé yo. Igual y es sólo tensión sexual. La tensión sexual entre hombres y mujeres se soluciona en el coqueteo o su consecuencia materializada. La tensión sexual entre hombres se soluciona con agresividad y juego tosco y lucha por ser el macho alfa, pero en cambio parece que la tensión sexual entre mujeres no se soluciona, no con facilidad al menos. O quizás es sólo que yo me relaciono siempre usando de intermediario el deseo y la seducción, y por tanto con las mujeres me quedo sin protocolos de acción. Hay quien diría que ese juego de deseo y seducción de hecho también aplica entre personas del mismo género (querer ser como alguien, etc), pero al menos yo no he aprendido cómo. Ajá, más bien es que las mujeres no permiten que la otra sea la que tenga el poder, y eso hace que siempre haya riña, pero como no puede solucionarse abiertamente, se soluciona en un enredado sistema de hostilidades pasivas.
Y aunque yo sé que no todas son iguales, y aunque de hecho hay quien aparece en mi vida y pasa la prueba, lo cierto es que, teniendo las intenciones que tengan, el hábito vence por sobre todas las cosas y aun a las frescas y chidas ignoro como tratarlas.
Por último, la confesión que justifica este post: lo peor es que no me vale madres, a veces me entristece no tener amigas y esas cosas que la gente tiene.

1 comentario:

Gerardo Fernández Santamaría dijo...

Haz caso a un desconocido: la feminidad (como la masculinidad) no es más que una etiqueta supravalorada en un escenario histérico. Me creo que no comprendas un simbólico creado a la medida de unas Barbies que no te invitan a su fiesta.
Enhorabuena. Y sobrevive!