martes, 15 de julio de 2008

De pretenciones

Se me ha sugerido la posibilidad de ser pretenciosa. Estoy segura que a mis lectores esto no les sorprenderá. Seamos francos, estudio filosofía en una escuela de paga, uso palabras grandes pero también tacones, quizás a veces coqueteo con el diletantismo, presumo acabar mi carrera a los veintiuno y planeo ser una erudita por ahí de los veintitrés (ja, eso último es broma). Doy pinta de arrogante, quizás porque algo tengo de eso, discrimino a la gente que considero imbécil y cito autores que nadie conoce. Y luego me dicen pretenciosa y pongo cara de asustada.
Pero creo que se pueden decir varias cosas sobre las pretenciones.
1. Si todos los que tenemos un interés por la vida intelectual tendemos a ser pretenciosos por el sólo hecho de preferir leer a Homero (pongo Homero para que se escuche más pretencioso) que ir a un antro, pues venga, que así sea. Pero eso sería como una pretensión honesta, y me parece que es lícito separarla de una pretención pretenciosa, es decir, de aquellos que les interesan estas cosas sólo en apariencia, por puro bluff o por el lugar social exclusivo en que los coloca. Partiendo de eso, a mi favor, sinceramente no creo que ser una pretenciosa-pretenciosa, hago lo que me gusta y leo lo que me interesa, punto.
2. Creo que un mismo resultado puede o no ser pretencioso depende de la razón y la finalidad del mismo. Puedo decir algo pretencioso con intenciones honestas y creyéndolo sinceramente y sin otro fin que compartirlo, e inmediatamente deja de serlo, porque por más "elevado" que sea, sólo estoy compartiendo una reflexión o lo que sea. Y bajo esta argumentación, aquí tampoco soy pretenciosa.
Claro que Puaf sólo se reiría de mí sin creerme mucho y Nivoro diría que no mame, que me estoy autoengañando y que no hay nada más pretencioso que un pretencioso pretendiendo no serlo. Pero bah. El caso es que me es importante apelar en todo momento a la autenticidad. Aunque ese discurso ya es trillado.

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