martes, 17 de abril de 2007

Relaciones sociales y problemas personales

Múltiples caras de lo mismo. Si decidí concretizar mis problemas en el vicio, fue sólo para darles materialidad, para sentir que arreglaba algo, pero lo cierto es que lejos están de limitarse a él (bueno fuera), o de brotar todos de él, no no, eso es mentira, tanto el vicio como cualquier otro problema es sólo un síntoma. Un síntoma de algo más. Múltiples caras de un mismo problema. Y todo esto lo digo, únicamente para decir, que en esta ocasión, aunque no lo parezca, hablo de algo distinto. Aunque al final qué más da. Me retracto.
Relaciones sociales. Soy ambivalente respecto a mi juicio sobre mi relación con el mundo. Proclamarme una huraña antisocial sería mentir. No lo soy en absoluto. Pero si no lo soy, lo inexplicable es por qué me sigo sintiendo completamente ajena a él (al mundo) o por qué, cuando tengo un deseo particular de acercarme a alguien, por ejemplo, me vuelvo completamente incompetente para dicho fin.
La primera interpretación que podemos dar, es la del autosabotaje. En algún momento del proceso, antes de que yo lo note, empiezo a autosabotearme. No me siento cómoda con ciertas personas porque no me siento cómoda con lo que estoy siendo con ellas. Peor aún, con lo que creo que estoy siendo con ellas. Mati emerge desde el rincón más doloroso de mis traumas visthermosianos. Así que, aun si en un inicio dicha persona no me había visto así, muy probablemente me acaba viendo así, porque yo hago que me vea así, porque yo empiezo a actuar así, porque me siento así. Rara. Insegura. Mierda. Despreciable. Este punto también explica mi obsesión por el control de cosas tales como la expresión corporal y facial. Tengo una imperiosa necesidad de saber qué estoy proyectando, y cuando no lo sé, me siento completamente indefensa. Cuando estoy en una situación desventajosa y una gesticulación se sale de control, cuando cierta posición corporal pone al descubierto mi falta de naturalidad, o cuando una mirada perdida o un fruncir de cejas o cualquier detalle esboza por un instante la grieta de la imagen, me apanico y me siento absurdamente incómoda, pues temo ser de nuevo ella, la monstruosa, la humillada, la de siempre. (Al margen, también por eso el trauma de tener mala postura, en mi joroba, el inevitable peso de lo que soy, la ineludible señal de mi derrota).
De manera que soy capaz de mostrar mi fortaleza en el día-a-día. En el período de posguerra vuelve a salir el sol. Soy Presidente de la SAFIL, digo elocuentísimos discursos, sonrío por los pasillos, saludo a la gente, recibo cartas de amor. Todo junto. Todo, hasta que se me ocurre sentirme, en cierta situación, vulnerable. Y en ese momento ya valí madres, se reactiva el sistema. La pregunta es: ¿cuando se reactiva? Ni siquiera cuando explícitamente hay un ataque a mí por parte de un otro, sino, peor aún, cuando algo me llama a y cuando al recibir su llamado quiero responderle o, cuando yo quiero hacer ese llamado. Es decir: alguien puede querer acercarse, puede acercarse inclusive, puede ser mi compañero o mi cuate, podemos platicar de él o del mundo, o incluso de mí, y si yo no me la creo no pasa nada. Pero si de alguna forma recibo ese llamado, si en su mirada se devela su humanidad (perdóname Levinás por no ser capaz de verla en todos), o si yo misma me develo, me quedo inmovilizada, he perdido.
Todo se juega en la intimidad. Y aquí es donde entra la segunda parte del problema. No me sé abrir. Por eso me es tan difícil conquistar nuevos amigos. El autosabotaje arriba mencionado, así como mi baja autoestima (que duro usar esas palabras) toman aquí otra forma. Me parece que el otro no tiene por qué recibirme, que no le interesa recibirme, que sólo lo canso si lo hago escucharme. Que mi discurso es tedioso, que lo que yo soy no merece un espacio, que mi dolor es fastidioso. Y ya perdí. Ahora que lo pienso, hasta con mis amigos me pasa. Sólo soy, para todos, un cúmulo de racionalización. Damn, eso no puede ser bueno. Con el único que me abro es con mi queridísimo novio, como diría él. Sonrisa tenue. (Lo chistoso de eso, parétesis para liberar tensión, es que el mecanismo parece otro en mis relaciones de pareja, como si obedeciera al lugar originario donde se constituyó, pues sucede que mi vida amorosa se constituyó en un ambiente mucho menos hostil que mi vida social.)
Pero entonces sólo soy un rico mundo interno que no encuentra salida. Escribo, nutriendo mi ensimismamiento, porque no soy capaz de salir al mundo, porque no soy capaz de responder al llamado o hacer uno nuevo, porque no sé cómo, porque me siento sola, porque lo estoy, porque la culpa no es de los otros ni se trata sobre si hay gente o no hay gente, porque se trata de mí, sólo de mí, porque tengo un problema que arreglar.



1 comentario:

-AdRiáN- dijo...

Hola Nerea, no se como llegue a leer este texto pero me senti muy identificado, en casi todo. Esto lo escribiste hace mucho, espero que al dia de hoy hallas solucionado estas cuestiones. Si es asi dime como, que a mi me ahogan todavia. Pasate por mi blog si leiste este mensaje.

Paz, amor, libertad, respeto.