Mas nada de lo dicho en el diagnóstico tiene sentido si no le damos realidad. Así que concreticémoslo. Sonará absurdo el remedio, pero como víctima me creo capaz de reconocer cual es mi peor verdugo: voy a renunciar a mi mundo virtual (messenger), al menos en lo que acaba el semestre (un mes aprox). Esa renuncia, tan aparentemente absurda, es altamente significativa, pues trae consigo múltiples consecuencias que aun si no creo logren comprender son de gran trascendencia para mí. Las enumero a continuacion:
1.- Poder reconocer que mi amado mundo virtual, artificial, en el que me he formado como lo que soy durante años, tiene menos realidad ontológica que el mundo de rostros y voces, de contacto humano. Si se tiene que sentir el abandono, que se sienta. No puedo pretender seguir jugando a que ese mundo es mi mundo, a que esa gente es mi gente, cuando en realidad sólo es tapar con el dedo el sol, negar que, en todo caso, no tengo mundo ni gente.
2.- Aniquilar, de raíz, la promesa. El tiempo que invierto en messenger ni siquiera es tiempo productivo, de establecer conversaciones inteligentes y profundísimas constantes, lo pensaría. Pero no, ni siquiera. El tiempo que invierto lo invierto en esperar angustiosamente a aquel que promete salvarme, que promete validar mi espera con un diálogo de rico contenido que nunca llega.
3.- Perder, así, el espacio en donde reitero mi enfermedad, en donde se juega la fantasía y la ilusión. Se trata de romper la continuidad del delirio, de invalidar la falsa materialidad de los fantasmas, de dejar de pedir su reconocimiento, de reconocerme primero yo a mí y a mi situación.
1.- Poder reconocer que mi amado mundo virtual, artificial, en el que me he formado como lo que soy durante años, tiene menos realidad ontológica que el mundo de rostros y voces, de contacto humano. Si se tiene que sentir el abandono, que se sienta. No puedo pretender seguir jugando a que ese mundo es mi mundo, a que esa gente es mi gente, cuando en realidad sólo es tapar con el dedo el sol, negar que, en todo caso, no tengo mundo ni gente.
2.- Aniquilar, de raíz, la promesa. El tiempo que invierto en messenger ni siquiera es tiempo productivo, de establecer conversaciones inteligentes y profundísimas constantes, lo pensaría. Pero no, ni siquiera. El tiempo que invierto lo invierto en esperar angustiosamente a aquel que promete salvarme, que promete validar mi espera con un diálogo de rico contenido que nunca llega.
3.- Perder, así, el espacio en donde reitero mi enfermedad, en donde se juega la fantasía y la ilusión. Se trata de romper la continuidad del delirio, de invalidar la falsa materialidad de los fantasmas, de dejar de pedir su reconocimiento, de reconocerme primero yo a mí y a mi situación.

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