lunes, 16 de abril de 2007

I. Diagnóstico

Me conozco. Siempre me he conocido. Conozco mis tendencias, mis tentaciones y mis obsesiones. Sé de mis ganas perturbadoras de llegar siempre al final de cada historia, sé de mi ego que no soporta la decadencia de sí mismo en cualquier otra conciencia. Estoy consciente, asimismo, de mi vértigo, de mi deseo de caer -en palabras de Kundera-, de mi atracción por el caos, de mi preferencia por el riesgo que por la seguridad, por el impulso que por el bienestar. No ignoro, además, mi incapacidad para cerrar ciclos, así como mi tendencia a conservar, a succionar, poseer y recordar. Me sé perseverante, me sé obsesiva. Me sé controladora y posesiva -conceptualmente, si ustedes quieren, pero no se engañen, no por eso inofensivamente-.
Pero si sé todo eso, ¿cuando habré de detenerme? Hay un paso que dar, y ese es: aprender a temerme. No me avergüenzo de mi idiosincracia, pero eso no me permite fomentarla cuando me hace un mal. El vicio no se cura con vicio. La obsesión no se cura con obsesión. No puedo pretender resolver las consecuencias de mis patologías, con el mismo mecanismo patológico que las produjo. Hace falta guardar distancia, detenerse un poco, dejar de contribuir en agrandar la bola de nieve que me revuelca, recobrar el dominio de mí y de mi vida, y ¿cómo hacer eso? aprendiendo a dejar de hacer. Cuando lo que hay es un exceso de acción, de energía, de impulso, de obsesión, la cura no puede ser otra sino la inactividad, y la observación de esa inactividad y la observación sobre todo del deseo de actividad, de la ansiedad frente a la inactividad, del vicio y sus mecanismos.
A veces soy como el Hombre de las Ratas (aquí va un asterisco y una nota por parte del editor), que creo que con una carta se resolverán mis problemas, cuando el necesitar de esa carta sólo me comprueba en mi enfermedad. Basta ya de cartas. Basta ya de soluciones falsas que sólo me hacer persistir en el problema. Seamos radicales. Decostruyamos, analicemos, congelemos el caso en lo que recobramos el orden, en vez de resolverlo artificial, caóticamente desde dentro de él.

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