Mi madre se irá de viaje. Prepara comida a bastedad, la etiqueta, no sea que vayamos a comer pollo creyendo que comemos patatas. Ella siente que nos salva, en realidad, es su forma de sentir que sigue teniendo control sobre nosotros. Uno de los tantos platillos es un hojaldre de pollo, le llamaremos estofado porque es divertido. Es para hoy en la noche. Enfrente, en la mesa para la comida, hay una carne blanquecina, insabora y algo chiclosa que yo nunca he sabido de dónde la sacan. Ni por qué nos la dan para comer. Manifiesto mi interés por comer el estofado en vez de el pedazo de penitencia, mi madre enloquece: ella que tenía todo tan ordenado, si como estofado le desordeno los platillos planeados por día. Le digo que no es grave, puedo yo hacerme otra cosa de cenar y no cenar estofado, y eso basta para que se mantengan las proporciones adecuadas. Reniega, se molesta. Al final me da estofado de mala gana, chantajeando. Dudo sobre si tomarlo, no sé si es negocio una guerra a cambio de un poco de estofado. Después de meditarlo un poco, como. Si jugar a los pacíficos es retroalimentar su locura de ama de casa (ir trapenado detrás de mis pasos para que nada esté sucio nunca) yo paso. Pobre madre, y nosotros que contribuimos tampoco en su sueño familiar. Guarda una postal debajo de la almohada de lo que es una familia feliz y un funconamiento óptimo de un hogar y llora un poco cada noche esperando el día que se le conceda dicha ilusión. Es terrible.
Lo peor es que yo fui hoy la rebelde, mientras ella en unas horas dormirá tranquila, sintiéndose una excelente mamá gallina, procurándoles bienestar a sus pollitos aunque sus pollitos la agarren a picotazos. Y cuando le preguntan por qué encadena a semejantes gallos, ella responde con voz maternal: "porque son mis pollitos, son mis pollitos".
Muero por irme a vivir a otro lugar.
Lo peor es que yo fui hoy la rebelde, mientras ella en unas horas dormirá tranquila, sintiéndose una excelente mamá gallina, procurándoles bienestar a sus pollitos aunque sus pollitos la agarren a picotazos. Y cuando le preguntan por qué encadena a semejantes gallos, ella responde con voz maternal: "porque son mis pollitos, son mis pollitos".
Muero por irme a vivir a otro lugar.
1 comentario:
Nerea ha descubierto la metáfora que hay que vivir: la del hijo pródigo. Saludos.
Publicar un comentario