A veces el amor, de forma impredecible y repentina, toma la forma del miedo. Lo pensaba al leer Al sur de la frontera, al oeste del sol, con Shimamoto y su fragilidad y al mismo tiempo con el conocimiento y el respeto de esa fragilidad por parte de Hajime que la amaba. Me recordó a aquel chico a quien yo tanto quería y que por tanto quererlo (y por ser él tan raro) no me atraveía siquiera a manifestar muestras de afecto o compartirle mis opiniones de algunas cosas, no sea que fuera a importunarlo. Y luego Adán dijo: "te tengo miedo" y yo acabé de entenderlo todo. Enamorados somos, invariablemente y sin quererlo, caracoles sin concha, y el peligro, por tanto, a ser aplastados está siempre patente. Pero más aun, nace también la conciencia de que el ser amado es otro caracol en la misma situación, y entonces el terror a aplastarlo es ineludible (y es que a veces, hay que decirlo, también somos como niños: toscos, crueles). Sin embargo, cierto placer hay en ello, a saber, la conciencia de sabernos fuera de nuestra concha a voluntad, y la gratitud de que el otro haya salido también, para encontrarse contigo a la mitad del camino.
lunes, 14 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Aunque siempre hay que temer el amor, es un temor que tenemos que enfrentar...
Publicar un comentario