viernes, 28 de diciembre de 2007

Qué tanto mujer

Seguramente con lo que diré entraré en un sector nada excepcional del género femenino: del estereotipado sector en contra de los estereotipos. Pero igual caeré. Es sólo que odio, odio a las mujeres. Jajaja no, no es cierto. Odio las mujeres que se jactan de serlo, como un raza que se cree única y distinta, llena de misterio, y cuchichean entre ellas sus secretos y los protegen a capa y espada del género masculino, no vaya a ser que se enteren que guardan maquillaje en sus bolsas. Por amor de dios. Supongo que alguna verdad tendrán esas mujeres, pero yo, desde mi feminidad honestamente lo digo, no encuentro esa verdad. Las manifestaciones evidentemente cambian con los géneros, pero esencialmente no son demasiado distintas, todos buscamos poder, todos buscamos reconocimiento y emperifollamos nuestros egos sea con chistes malos, con kilos de maquillaje y de secretos o con anécdotas de viejas conquistas. Todos. Odio por eso a las feministas y a las machistas, es un juego, por dios santo, que no ven, juéguenlo y diviértanse, y por qué no, busquen una autenticidad de más alcance que la de su género sexual tan acotado culturalmente. Y pueden decirme todo aquello de que las mujeres tenemos intuición, y de que a las mujeres nos importa más el amor y de que el instinto maternal y la visión a largo plazo y las arañas, sí, lo entiendo y es válido. Es decir, no digo que todo eso sea mentira, sólo digo que no es intrínseco a la feminidad, como si de verdad todas las mujeres tuvieran instinto maternal (mejor mundo sería este) o como si ningún hombre pudiera acceder a esos contenidos.
Charlando con un amigo de estos temas y otros, él le llamaba a la libertad, "perversión consciente", porque en ella estaba implícita la decisión de ir en contra de lo que te dictaban en un primer momento tus instintos. Y es eso, tan evolucionados y tan racionales que nos nombramos, lo menos que podemos hacer es pervertirnos conscientemente (jaja por más curioso que suene), es decir, actuar conforme a nuestra propia voluntad y no conforme a nuestro llamado instintivo o conforme a nuestra supuesta, e, insisto, acotada culturalmente, predisposición genérica.
Y ya si usamos falda y vamos en grupo al baño, es completamente secundario, y está bien, digo, son sólo colores que nos adornan y nos agregan, es decir, no digo que tengamos que renunciar a todas nuestras prácticas femininas (no soy feminista ni quiero serlo), sólo que hay que dejar en claro que en todo caso eso no somos nosotras, ¡somos personas, carajo! y visto así no hay por qué clavarse en la textura.

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