1. Que sea tan aprehensiva, genera situaciones de estrés innecesarias, está demasiado sujeta a lo mundano: qué vamos a comer o a qué horas vas a llegar o qué les vas a dar a tus invitados o qué vas a hacer con ese control al que se le acabó la pila, etcétera.
2. Es sólo demasiado mamá. No puede haber una charla cotidiana en que no le salga lo mamá. Y en lo mamá yace la preocupación, la sobreprotección, el deber ser, el regaño, el "no digas groserías" etcétera. Y además, lo que lo hace más ridículo de todo es que quiere regirme en ámbitos en donde su palabra ya no tiene cabida. ¿"Mantente virgen hasta el matrimonio"? C'mon.
3. Es burda como ella sola. En sus chantajes, en sus chistes, en su lenguaje corporal, en su forma de vestir y en la crema que no se untó bien en la cara, es burda. Y eso me molesta, sin razón y por mamona si ustedes quieren porque en realidad no me afecta, pero cómo me molesta. Es como un chiste mal contado.
4. Su inmovilidad. Es como si se hubiera concluido a sí misma hace años y ahorita ya sólo se dedica a repetir, no innova en nada, sus chistes son los mismos, su comentarios, etcétera. Es de hueva, porque además pretende que le sigas la corriente de la misma forma en la que se la seguías a los seis años. Muy triste el caso.
5. Unido al punto anterior, carece de total espontaneidad, así como de capacidad de hacer juicios reflexionantes. Puros juicios determinantes con ella. Todo es heredado, todo está dicho ya. No hay verdadero dáilogo ni verdadera posibilidad de negociación.
6. Esta es dura: me molesta porque me necesita, porque hay urgencia en su querer, porque está dispuesta a sobreinterpretar cualquier comentario para saber algo de mí, o a ofenderse por el detalle más nimio sólo porque todo está siempre en juego para ella.
7. Que tenga tan poca capacidad de abstracción. Todas sus anécdotas son ridículamente concretas, y además es repetitiva en ellas, y si abstraes eso tú un poco para hacerlo temático, pierde el interés. ¿Entonces para qué cuenta las cosas? Cuenta por contarlas. Ausente total de reflexión.
2. Es sólo demasiado mamá. No puede haber una charla cotidiana en que no le salga lo mamá. Y en lo mamá yace la preocupación, la sobreprotección, el deber ser, el regaño, el "no digas groserías" etcétera. Y además, lo que lo hace más ridículo de todo es que quiere regirme en ámbitos en donde su palabra ya no tiene cabida. ¿"Mantente virgen hasta el matrimonio"? C'mon.
3. Es burda como ella sola. En sus chantajes, en sus chistes, en su lenguaje corporal, en su forma de vestir y en la crema que no se untó bien en la cara, es burda. Y eso me molesta, sin razón y por mamona si ustedes quieren porque en realidad no me afecta, pero cómo me molesta. Es como un chiste mal contado.
4. Su inmovilidad. Es como si se hubiera concluido a sí misma hace años y ahorita ya sólo se dedica a repetir, no innova en nada, sus chistes son los mismos, su comentarios, etcétera. Es de hueva, porque además pretende que le sigas la corriente de la misma forma en la que se la seguías a los seis años. Muy triste el caso.
5. Unido al punto anterior, carece de total espontaneidad, así como de capacidad de hacer juicios reflexionantes. Puros juicios determinantes con ella. Todo es heredado, todo está dicho ya. No hay verdadero dáilogo ni verdadera posibilidad de negociación.
6. Esta es dura: me molesta porque me necesita, porque hay urgencia en su querer, porque está dispuesta a sobreinterpretar cualquier comentario para saber algo de mí, o a ofenderse por el detalle más nimio sólo porque todo está siempre en juego para ella.
7. Que tenga tan poca capacidad de abstracción. Todas sus anécdotas son ridículamente concretas, y además es repetitiva en ellas, y si abstraes eso tú un poco para hacerlo temático, pierde el interés. ¿Entonces para qué cuenta las cosas? Cuenta por contarlas. Ausente total de reflexión.
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