Además tenemos que aprovechar que hace poco tiempo fue el Yom Kippur (año nuevo judío). Yo siempre he dicho que el tiempo entre el año nuevo judío y el año nuevo cristiano es el ideal para la reflexión y para ponerte esos clásicos propósitos de año nuevo. ¿Por qué? Bueno, porque hay un desfase siempre entre el momento de la motivación que te hace decir "quiero ser diferente" (el "treees, doooos, unoooo, feliz año nueeevo!!!") y el momento en el que fácticamente eres capaz de empezar a cumplir esos propósitos. Los propósitos representan siempre un cambio en tu vida, son puntos de ruptura, pero tu vida ya lleva cierta inercia y de aquí a que puedas frenarla para redireccionarla después, ya estuvo que ya te dio marzo y en marzo ya se disipó la motivación propia del inicio de año.
Y entonces para eso sirve el Yom Kippur. Es como un pre-año nuevo, una anunciación de la cercana llegada de la renovación. Así que es perfecto para invitarte a reflexionar sobre cómo quieres que sea tu nuevo ciclo, sobre qué quieres cambiar, etcétera. Preparar la tierra en donde quieres que nazca la semilla e incluso hacer ensayos sobre lo que sería ese nuevo tú en su ser o hacer e ir perfeccionando así la técnica o el deseo a prueba y error. Y así, cuando llegue el 31 de diciembre pues ya estás: recibes la ola motivacional que te carga y te lleva invariablemente en su grito unísono y como ya previamente sabes qué dirección quieres que tome, pues ya te sirve tomarla y sacar de ella algo productivo.
En realidad no sostengo que tenga que ser así, en esas fechas, como si de verdad una u otra marcaran una diferencia. Pero lo cierto es que siempre necesitamos renovarlos, y si se nos presentan buenas ofertas-pretextos como esta, por qué no aprovecharlas, digo yo.