Hay que tener cuidado con esas planchas de mercurio adornadas ilustremente de reflejo y de deseo. Hay que tener cuidado porque seducen pero también matan, como el pobre de Narciso que se ahogó en un lago por quererse ver cristalino entre los peces. Hay que tener cuidado. Luego hay quien se enamora de otro sin percatarse que en ese acto supuestamente desinteresado se expresa solamente un ego presuntuoso y mordaz que arrasa con todo a su paso entre las quebradizas paredes del romance; como rinoceronte en una tienda de cristalería. Insisto, pues, hay que tener cuidado.
jueves, 6 de septiembre de 2007
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