En teoría, todos buscamos que se logre la mayor eficiencia posible en nuestro sistema; es decir, que haya el mínimo margen de error en nuestras operaciones. ¡Qué garantía lograrlo! ¡Qué exitoso sistema, dirían aquellos! Sin embargo, resulta que, cuando de hecho esto ocurre, se crea un nuevo problema no contemplado: el sistema se acostumbra a la eficencia, se acostumbra a no salirse del estrechísimo margen de error que se le ha sido asignado o permitido. ¿Qué ocurre entonces? Que el sistema se vuelve intolerante al error, no sabe procesarlo, lo borra de su cassette, lo rebaja a mito de antaño y lo olvida. Mas todavía no es suficientemente inmune a él (al error) y cuando éste llega (créanme, siempre llega) el sistema se quiebra, pues, en su esquema mental ese error es ilícito e intolerable. Así, en su inercia de eficiencia, lo que hace el sistema es deshecharse a sí mismo al verse en jaque, al verse fuera de su zona confort/ margen de error, y en ese momento deja de importar que haya sido tan buen sistema, pues qué tan bueno puede ser un sistema que se atrofie con un minúsculo mosquito que se atore entre las aspas de su ventilador.
martes, 26 de junio de 2007
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