He olvidado lo que se siente estar sola. Y es tan normal ya para mí, me refiero al estar acompañada, que incluso fue tardado darme cuenta que eso no era un estado originario, que algún día yo estuve sola, aun si no recuerde todavía cuándo ni cómo ni por qué ni a qué sabía. He olvidado lo que se siente estar sola. Y al recordar aquel olvido, ha surgido en mi vientre cierto cosquilleo inquietante: qué se siente, cómo es estar con uno y sólo con uno, cómo es no tener a nadie, cómo es pararse solo cuando uno se cae, cómo... Y entre cuestionamiento y cuestionamiento, debo decir, ¡hasta se me ha antojado! Yo sé, yo sé, escuchó las vociferaciones de los inconformes: eso no es deseable, en ninguna medida, son insensateces lo que dices, ¡niña! Pero qué le vamos a hacer. Así me siento. Y es que de pronto me asustó un pensamiento que se fijó en mi mente: sin compañía, mi vida carecería de cohesión. Dicho de otra forma: los otros, o más bien, el otro, EL otro, es la cohesión en mi vida. Sin él sería volatil toda ella, carente de sentido. Sin él no tendría dirección, sería surreal, sería solitaria e insoportablemente absurda. Sin él. Pero no puedo vivir para él. No puedo vivir sin un sentido propio, no puedo dejar que la cohesión de mi vida esté en algo exterior. Eso me da más miedo aún. De manera que si quiero estar sola, lo que en realidad estoy diciendo es que quiero estar conmigo misma, reconstituirme, inventarme una cohesión propia. Y visto así ya no suena tan disparatado. Pero sé, también, que no vale la pena tampoco tirar todo a la basura sólo por un experimento teórico. Así que lo que me queda por decir es: en su momento veremos, en su momento...
lunes, 11 de junio de 2007
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1 comentario:
tanto éste como el comentario más reciente tienen una carga que ya había notado en tu discurso: Habermas hace mella. La conformación del individuo no es sino en esa maraña de "los otros".
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