En mi casa hay un ambiente de respeto y pueden estar seguros que el pecho de mi madre se infla de orgullo por esa condición impuesta: nadie se alza la voz, nadie dice palabras altisonantes y es de mal gusto evidenciar el defecto de alguien más. Sin embargo, esa condición más que unirnos, nos vuelve, en más de una ocasión, completos extraños. ¿Por qué? Porque lo que hay detrás de ese respeto es más bien una excesiva susceptibilidad, una intolerancia a la naturalidad, a la imperfección, a la humanidad. Todo es serio, y eso hace que se pierda el valor de lo no serio, que una broma que puede ser excelente para liberar tensión, sea sólo causante de un problema más, y que la aceptación de los errores sea siempre cuestión de drama. ¿Y eso es ejemplar? Dios nos ampare entonces. Nada como una mentada de madre en el momento preciso, nada como saberse reir de sí mismo y saberse libre de expresar y vivir con total naturalidad el error que es la vida misma.
miércoles, 23 de mayo de 2007
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