¿Qué tan válido es que la conciencia ajena sea un parámetro para la toma de una decisión o para la ejecución o no de un acto?
Me explico: en la modernidad hay una clara sobreestimación de la autonomía; el individuo es capaz de regirse a sí mismo, se considera libre, único, auténtico e insustituible, y cualquier estructura de poder que atente con esa reafirmación de su individualidad, cualquier heteronomía, se presenta como una amenaza y hay que resistirse a ella. Yo soy y debo ser el único parámetro a considerar para determinar mis acciones y por tanto, la conciencia ajena no debe afectar en mis decisiones. Esa es la tendencia que prevalece en el pensamiento contemporáneo.
Pero sin hacer un juicio de valor sobre el mismo y tomándolo por efectivo, encuentro una paradoja latente en él, y ésta es: ¿hasta qué punto una exacerbada autonomía no puede terminar volteándose en contra de la persona que la ejecuta?
La desventaja de no tomar en consideración a los demás, independientemente de las implicaciones éticas correspondientes, es que el otro también establece una serie de juicios sobre ti, más allá de los tuyos. Es decir, aunque tú obedezcas a tu mundo interno de reglas, el otro, desde afuera, con sus propias reglas, va a imponerte las suyas y va a juzgarte invariablemente desde ahí. De manera tal que, pese a que tus acciones sean "buenas" bajo tu parámetro autónomo, éstas, si no consideran el juicio ajeno, pueden dar lugar a interpretaciones varias que acaben atentando contra ti.
Regresamos entonces a la pregunta inicial: ¿Qué tan válido es que la conciencia ajena sea un parámetro para la toma de una decisión o para la ejecución o no de un acto?
Considero que, en cuanto al mundo interno de cada quien (qué pensar, qué sentir) el principal parámetro debe de ser el propio. Es decir, cuando lo que está en juego son mis afectos, lo de menos es su correspondencia con la realidad, y esa es la razón por la que la autonomía es válida. Pero cuando se trata del mundo externo, otras reglas entran necesariamente, se vuelve necesaria una estrategia para salir victorioso de una situación dada, y la estrategia debe considerar al otro. Es decir, en otras palabras, no todo es intencionalidad, y si la intencionalidad no es vista por el otro, entonces no existe en el mundo real, no como legitimadora de un acto determinado; y si no existe, entonces lo único que tenemos son las acciones, es lo visible, y en lo visible hay que tomar en cuenta las otras visiones.
Me explico: en la modernidad hay una clara sobreestimación de la autonomía; el individuo es capaz de regirse a sí mismo, se considera libre, único, auténtico e insustituible, y cualquier estructura de poder que atente con esa reafirmación de su individualidad, cualquier heteronomía, se presenta como una amenaza y hay que resistirse a ella. Yo soy y debo ser el único parámetro a considerar para determinar mis acciones y por tanto, la conciencia ajena no debe afectar en mis decisiones. Esa es la tendencia que prevalece en el pensamiento contemporáneo.
Pero sin hacer un juicio de valor sobre el mismo y tomándolo por efectivo, encuentro una paradoja latente en él, y ésta es: ¿hasta qué punto una exacerbada autonomía no puede terminar volteándose en contra de la persona que la ejecuta?
La desventaja de no tomar en consideración a los demás, independientemente de las implicaciones éticas correspondientes, es que el otro también establece una serie de juicios sobre ti, más allá de los tuyos. Es decir, aunque tú obedezcas a tu mundo interno de reglas, el otro, desde afuera, con sus propias reglas, va a imponerte las suyas y va a juzgarte invariablemente desde ahí. De manera tal que, pese a que tus acciones sean "buenas" bajo tu parámetro autónomo, éstas, si no consideran el juicio ajeno, pueden dar lugar a interpretaciones varias que acaben atentando contra ti.
Regresamos entonces a la pregunta inicial: ¿Qué tan válido es que la conciencia ajena sea un parámetro para la toma de una decisión o para la ejecución o no de un acto?
Considero que, en cuanto al mundo interno de cada quien (qué pensar, qué sentir) el principal parámetro debe de ser el propio. Es decir, cuando lo que está en juego son mis afectos, lo de menos es su correspondencia con la realidad, y esa es la razón por la que la autonomía es válida. Pero cuando se trata del mundo externo, otras reglas entran necesariamente, se vuelve necesaria una estrategia para salir victorioso de una situación dada, y la estrategia debe considerar al otro. Es decir, en otras palabras, no todo es intencionalidad, y si la intencionalidad no es vista por el otro, entonces no existe en el mundo real, no como legitimadora de un acto determinado; y si no existe, entonces lo único que tenemos son las acciones, es lo visible, y en lo visible hay que tomar en cuenta las otras visiones.
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