El tiempo pasa, eso es sabido por todos. Sin embargo, a veces, no pasa lo suficiente. En nuestro mundo interno tenemos la habilidad para hacer que no pase, para hacer que un evento lejano parezca cercano, que lo que pasó hace un año se sienta como si hubiera sido ayer.
Esa es la función primordial de las memorias persistentes: estar recordando es estar actualizando aquella vivencia que ya fue, estarle dotando de presente al pasado. Recordar es poseer, o si queremos ser más puntuales, es pretender poseer aquello justamente que ya no se posee; o sea, poseer la no posesión bajo el recuerdo consolador de haberlo poseído alguna vez. La simulada estaticidad hace el engaño de darle vigencia a un evento lejano y eso disminuye la angustia de la pérdida. Por eso recordar es un vicio, y créanme que lo sé.
Pero en cambio, en las cosas sí pasa el tiempo. Y con esto no me estoy dirigiendo a hablar de la contingencia del mundo material y de la inmortalidad de las almas, no no, es algo mucho más sencillo, evidente inclusive: lo malo de vivir en el mundo interno por el que no pasa el tiempo, es que de hecho deja de pasar hasta el punto de olvidar que puede pasar. La atemporalidad de nuestros mundos internos está lejos de ser una cualidad, por el contrario, es una ofuscación de nuestro sano juicio que nos vuelve ciegos y nos hace perder toda objetividad, y cuando eso sucede, no hay mejor cura que voltear a ver a las cosas, que en su naturaleza pura han seguido su curso de cambio, sin miedo a la muerte, sin necesidad de simular ninguna estaticidad. Las cosas muestran el tiempo en toda su apertura y nos lo recuerdan, nos revientan la burbuja, nos obligan a reconocer nuestro lugar temporal lejano a otros lugares temporales.
Todo esto lo pensé por causa de mi arete. Hace como... no sé cuando jaja, como 9 meses, me hice un arete en la parte superior de la oreja derecha. Nada importante. Tan no es importante que no sé exactamente cuando me lo hice, pues la cuenta del tiempo sólo la hacemos con cosas que nos parecen importantes. Pero el caso es que, aun no contabilizando el tiempo que llevo con él, aun no recordando día a día aquél día en que me perforé la oreja, ahí ha estado mi arete, a lo largo de este tiempo, sufriendo de una difícil cicatrización, con pequeñas infecciones inclusive; y ayer al acostarme, me acosté sobre ese lado, y por un segundo casual de conciencia, me acordé de mi arete y me di cuenta que ya no me dolía. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? ¿Cuántas cosas han pasado en ese tiempo? Cosas que ahora me parecen naturales, pero que hace nueve meses no estaban, desde el arete, hasta, por ejemplo, el hecho de usar el coche, o de que ya me alcance una coleta en el pelo o que sea café después de ser negro después de ser naranja. El tiempo pasa. Pero luego recuerdo lo habitualmente recordado, recuerdo mi relación con el sujeto E, por ejemplo, y el tiempo se desvanece de nuevo, los meses se achican, y un año no es tanto. Claro, porque me he dedicado a comprimir el tiempo con la memoria, con la actualización constante del pasado. Mas mi arete sigue perfectamente cicatrizado en mi oreja derecha, perforándome el cartilago con toda su punzante temporalidad y yo pienso: ¿por qué no dejar que no sea sólo mi cartígalo, por qué no permitir al tiempo atravesarme por completo de una buena vez ? ¿qué me detiene? Estoy cansada de recordar, de vivir sin tiempo, de ser inmortal.
Esa es la función primordial de las memorias persistentes: estar recordando es estar actualizando aquella vivencia que ya fue, estarle dotando de presente al pasado. Recordar es poseer, o si queremos ser más puntuales, es pretender poseer aquello justamente que ya no se posee; o sea, poseer la no posesión bajo el recuerdo consolador de haberlo poseído alguna vez. La simulada estaticidad hace el engaño de darle vigencia a un evento lejano y eso disminuye la angustia de la pérdida. Por eso recordar es un vicio, y créanme que lo sé.
Pero en cambio, en las cosas sí pasa el tiempo. Y con esto no me estoy dirigiendo a hablar de la contingencia del mundo material y de la inmortalidad de las almas, no no, es algo mucho más sencillo, evidente inclusive: lo malo de vivir en el mundo interno por el que no pasa el tiempo, es que de hecho deja de pasar hasta el punto de olvidar que puede pasar. La atemporalidad de nuestros mundos internos está lejos de ser una cualidad, por el contrario, es una ofuscación de nuestro sano juicio que nos vuelve ciegos y nos hace perder toda objetividad, y cuando eso sucede, no hay mejor cura que voltear a ver a las cosas, que en su naturaleza pura han seguido su curso de cambio, sin miedo a la muerte, sin necesidad de simular ninguna estaticidad. Las cosas muestran el tiempo en toda su apertura y nos lo recuerdan, nos revientan la burbuja, nos obligan a reconocer nuestro lugar temporal lejano a otros lugares temporales.
Todo esto lo pensé por causa de mi arete. Hace como... no sé cuando jaja, como 9 meses, me hice un arete en la parte superior de la oreja derecha. Nada importante. Tan no es importante que no sé exactamente cuando me lo hice, pues la cuenta del tiempo sólo la hacemos con cosas que nos parecen importantes. Pero el caso es que, aun no contabilizando el tiempo que llevo con él, aun no recordando día a día aquél día en que me perforé la oreja, ahí ha estado mi arete, a lo largo de este tiempo, sufriendo de una difícil cicatrización, con pequeñas infecciones inclusive; y ayer al acostarme, me acosté sobre ese lado, y por un segundo casual de conciencia, me acordé de mi arete y me di cuenta que ya no me dolía. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? ¿Cuántas cosas han pasado en ese tiempo? Cosas que ahora me parecen naturales, pero que hace nueve meses no estaban, desde el arete, hasta, por ejemplo, el hecho de usar el coche, o de que ya me alcance una coleta en el pelo o que sea café después de ser negro después de ser naranja. El tiempo pasa. Pero luego recuerdo lo habitualmente recordado, recuerdo mi relación con el sujeto E, por ejemplo, y el tiempo se desvanece de nuevo, los meses se achican, y un año no es tanto. Claro, porque me he dedicado a comprimir el tiempo con la memoria, con la actualización constante del pasado. Mas mi arete sigue perfectamente cicatrizado en mi oreja derecha, perforándome el cartilago con toda su punzante temporalidad y yo pienso: ¿por qué no dejar que no sea sólo mi cartígalo, por qué no permitir al tiempo atravesarme por completo de una buena vez ? ¿qué me detiene? Estoy cansada de recordar, de vivir sin tiempo, de ser inmortal.
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