jueves, 26 de abril de 2007

Egocentrismo

Mi egocentrismo me carcome. Qué agotamiento, qué hastío. Yo no entiendo a mis lectores. Leerme, o peor aún, gustar de leerme, sin duda, ha de ser también un síntoma, como lo es mi ensimismamiento, como lo es este blog. Yo yo yo. No es que no piense en los demás, es que no puedo pensar sólo en los demás, pues siempre, ante todo, estoy yo, un mayúsculo yo que juzga, que siente, que se involucra, y que reflexiona sobre ese invlucramiento, de manera que no puede hablar del otro sin hablar de sí mismo primero. Encerrada estoy. De lo que me ha servido Blablaciones es de darme cuenta de eso, darle un lugar a ese pensamiento ocioso para descubrir que siempre estuvo ahí, interminable, apropiándoselo todo. La pasión por lo propio (el etnocentrismo y el egocentrismo) no es ningún accidente, sino la característica constitutiva del Yo. Si éste es idéntico a sí mismo, lo es porque puede identificar todo lo que le rodea, es decir, hacerlo idéntido a él, en definitiva, apropiárselo.[1]
La prueba más grande de esto, sin irnos tan lejos, es mi experimento. ¿Desintalar mi messenger? ¿Borrar a todos mis contactos? Por dios, qué pretendo, ¿que vengan rindiéndome tributo para entonces saber que son dignos de mi? ¡Qué falta de humildad! ¿Quiero atención? ¡Pues entonces por qué no agarrar el teléfono y márcales en vez de esperar que lean mis pensamientos! La respuesta a eso quizás es que conozco la falibilidad de los míos, pero al respecto hay que decir también que conozco mi propia falibilidad, por lo que, al final, somos iguales, así que ¿por qué no perdonarles sus fallas? Quizás porque yo no puedo perdonarme las mías.


[1] Jesús María Ayuso en la Presentación de la Edición Española de Ética e infinito de Emmanuel Levinas

No hay comentarios: