miércoles, 27 de agosto de 2008

Lenguajes

Creo que llevo tiempo sin tener una conversación profunda e interesante con mis amigos, y qué más podíamos esperar si a la pregunta "¿cómo estás?" respondo "bien, acá, todo bien". Es fuerte pero generalmente es la fatalidad o la angustia, las preocupaciones o los malos días, los que dan pie a una buena conversación, y sin estas emociones negativas, somos orillados a quedarnos en el plano de las trivialidades.
Pero al respecto reflexionaba: las palabras son sobre todo necesarias en malos momentos porque son la herramienta que tenemos para contornear al monstruo, para entender nuestro estado de cosas y así poder salir de él, o simplemente para poder sacar la cabecita de nuestra propia mierda y decir "aquí estoy, todavía soy éste". ¿Pero qué si el tipo de comunicación en los estados de bienestar o de felicidad es otro? ¿Acaso es necesariamente tan grave no tener palabras?
Lo que quiero decir es que quizás no ande muy comunicativa (verbalmente) en estos días porque tengo poco qué problematizar, pero creo que la comunicación persiste, sólo que con otra cara, tal vez con gestos más que con palabras, con una disposición afectiva abierta y una gran receptividad, así como todo el amor (¡qué palabra más altisonante!) en cada contacto humano.

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