Estaba leyendo un texto (Estética del horror. Negatividad y representación después de Auschwitz de J.A. Zamora) que hablaba de cómo Auschwitz rebasa los límites de todo lo concebible en este mundo normal (con usos lingüisticos concretos), y eso hace que sea muy difícil hablar de él haciéndole justicia, sin traicionarlo y sin reducirlo a nuestros parámetros que nada tienen que ver los de ese infierno. Su representación pues, en su absoluta negatividad presenta grandes problemas y parece dejarnos sin más remedio que el del silencio, de tratar de testimoniar lo intestimoniable, lo que no se puede decir.
Bueno, lo que yo haré aquí es lo que estamos denunciando, reducirlo. Creo que el rostro del otro levinasiano sólo se manifiesta con todo su esplendor en el dolor, en el infinito dolor de un rostro, eso sí que demanda. Ayer vi un rostro de dolor...su solo recuerdo ya me es demasiado penoso, era un rostro de absoluto desconsuelo, desesperación y angustia. Y por una parte, claro, me intepelo, pero por la otra parte...pasó justo de lo que estamos hablando. Frente a ese dolor infinito nada podía ser representable, había una distancia, un abismo que me impedía acceder a él, y fue de pronto como estar viendo una película, como si no estuviera ahí, él o yo, como si fuera apenas una imagen que lo pedía todo pero que al mismo tiempo se escapaba de tal manera que cualquier acercamiento era inútil y cualquier involucramiento parecía superficial, formal. Y es que volvemos, ¿cómo hacerle justicia a lo incategorizable, al dolor humano? Adorno dirá que con el arte, pero es igual insuficiente y patético, pensar que escribo mientras él -o cualquier otra persona- solloza.
Bueno, lo que yo haré aquí es lo que estamos denunciando, reducirlo. Creo que el rostro del otro levinasiano sólo se manifiesta con todo su esplendor en el dolor, en el infinito dolor de un rostro, eso sí que demanda. Ayer vi un rostro de dolor...su solo recuerdo ya me es demasiado penoso, era un rostro de absoluto desconsuelo, desesperación y angustia. Y por una parte, claro, me intepelo, pero por la otra parte...pasó justo de lo que estamos hablando. Frente a ese dolor infinito nada podía ser representable, había una distancia, un abismo que me impedía acceder a él, y fue de pronto como estar viendo una película, como si no estuviera ahí, él o yo, como si fuera apenas una imagen que lo pedía todo pero que al mismo tiempo se escapaba de tal manera que cualquier acercamiento era inútil y cualquier involucramiento parecía superficial, formal. Y es que volvemos, ¿cómo hacerle justicia a lo incategorizable, al dolor humano? Adorno dirá que con el arte, pero es igual insuficiente y patético, pensar que escribo mientras él -o cualquier otra persona- solloza.
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