sábado, 15 de septiembre de 2007

Hay que dejar de temer contaminarnos

Se me presentó, con este post, una disyuntiva: no sabía si publicarlo aquí o en éter y sal, porque al final, copiaré una pieza literaria, por lo que tendría que ir allá, pero la copiaré con fines temáticos, por lo que tendría que ir aquí. Al final me decidí por aquí porque por aquí puedo ser explicativa y puedo decirles esto que les estoy diciendo y por allá no, porque ese no es el chiste de allá. Además porque éter anda ahorita en las nubes y está gacho traerlo de vuelta con mundaneidades, aunque sean mundaneidades de Cortázar.
Este cuentico es uno de mis favoritos de Historias de Cronopios y de Famas, se llama La cucharada estrecha y dice así:
Un fama descubrió que la virtud era un microbio redondo y lleno de patas. Instantáneamente dio a beber una gran cucharada de virtud a su suegra. El resultado fue horrible: esta señora renunció a sus comentarios mordaces, fundó un club para la protección de alpinistas extraviados, y en menos de dos meses se condujo de manera tan ejemplar que los defectos de su hija, hasta entonces inadvertidos, pasaron a primer plano con gran sobresalto y estupefacción del fama. No le quedó más remedio que dar una cucharada de virtud a su mujer, la cual lo abandonó esa misma noche por encontrarlo grosero, insignificante, y en un todo diferente de los arquetipos morales que flotaban rutilando ante sus ojos.
El fama lo pensó largamente, y al final se tomó un frasco de virtud. Pero lo mismo sigue viviendo solo y triste. Cuando se cruza en la calle con su suegra o su mujer, ambos se saludan respetuosamente y desde lejos. No se atreven ni siquiera a hablarse, tanta es su respectiva perfección y el miedo que tienen de contaminarse.
Fin.
Y de ahí el título: hay que dejar de temer contaminarnos. No lo vale ese microbio redondo y lleno de patas. Al final qué son las relaciones, las amistades y los amores, sino un conglomerado armonioso de vicios e imperfecciones. Y digo, por qué no. Hay que dejar de temer contaminarnos.

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