Tanto volver a lo mismo, con Oliveira y Pola y la Maga, y la Maga que no se sabe Maga y el culero del cuento y la voz popular clamando guillotina. Tanto espectáculo de pelos y lágrimas, de sudor y promesas, tanto altar y tanto drama le hacen a uno pensar: ¿Qué hay con la fidelidad?
El problema, creo yo, está en el pacto. Un pacto es un pacto y violarlo es siempre traición. Traición a la confianza puesta en las palabras y en la boca que las enunció con supuesta convicción. No se vale. Romper el pacto es jugar sucio, es romper las reglas y si vas a romperlas es porque no has entendido un coño de lo que se trata el juego, y en ese caso mejor ponte a jugar otra cosa.
El problema, creo yo, está en el pacto. Un pacto es un pacto y violarlo es siempre traición. Traición a la confianza puesta en las palabras y en la boca que las enunció con supuesta convicción. No se vale. Romper el pacto es jugar sucio, es romper las reglas y si vas a romperlas es porque no has entendido un coño de lo que se trata el juego, y en ese caso mejor ponte a jugar otra cosa.
Pero por un momento imaginemos que es posible dejar a un lado el asunto del pacto. ¿Se puede hablar entonces de infidelidad? ¿Y se le podría considerar a esa infidelidad traición? Me parece que no. Es cierto que si aceptas las reglas de un juego lo menos que puedes hacer es cumplirlas, pero también es cierto que quizás el juego funcionaría mejor de cambiar algunas de estas reglas, que quizás sus fundamentos son primitivos o injustificados. Así que veamos: ¿Cuáles son los fundamentos de la fidelidad?
En primer lugar, la fidelidad parte de la utopía de la completud. Uno y otro están juntos para complementarse. El otro es uno, único e insustituible, capaz de subsanar todas nuestras necesidades emocionales, intelectuales y sexuales. Frente a ese uno, el mundo se vuelve desechable, ya que, en teoría, no hay nada que tu pareja no pueda hacer: estar para ti, escucharte, hacerte el amor.
En segundo lugar, la fidelidad parte de la obligación. No es sólo que tu pareja tenga en potencia la capacidad de llenarte, sino que, más aún, es su obligación. Debe de saber convivir y comunicarse contigo, y debe, además de eso, de disfrutarlo. Pero ojo que la obligación es mutua, no sólo porque tú debes ser lo mismo para él, sino porque, independientemente de eso, tú tienes el deber también de gozar de sus funciones: de contarle tus secretos y problemas, y entregarle a él (y sólo a él) tu cuerpo.
En tercer lugar, la fidelidad se basa en la creencia de que el amor es un objeto y no un nivel de relación, y, por tanto, sólo es posible entregárselo a una sola persona. Los demás son un atentado porque "sólo se puede amar a uno", es decir, porque ya has entregado el objeto amor a tu pareja, y le pertenece a ella y sólo ella.
En cuarto lugar, parte de la unión clara (clarísima) de todo ámbito de nuestras vidas, pero sobretodo, del sexual con el emocional. O sea, bajo esta lupa, tu alma es epidérmica. De manera que, si te entregas emocionalmente, o dicho de otra forma, si entregas tu objeto amor, entonces también debes de entregar el cuerpo.
Ahora, ¿qué sucede?
En primer lugar, la fidelidad parte de la utopía de la completud. Uno y otro están juntos para complementarse. El otro es uno, único e insustituible, capaz de subsanar todas nuestras necesidades emocionales, intelectuales y sexuales. Frente a ese uno, el mundo se vuelve desechable, ya que, en teoría, no hay nada que tu pareja no pueda hacer: estar para ti, escucharte, hacerte el amor.
En segundo lugar, la fidelidad parte de la obligación. No es sólo que tu pareja tenga en potencia la capacidad de llenarte, sino que, más aún, es su obligación. Debe de saber convivir y comunicarse contigo, y debe, además de eso, de disfrutarlo. Pero ojo que la obligación es mutua, no sólo porque tú debes ser lo mismo para él, sino porque, independientemente de eso, tú tienes el deber también de gozar de sus funciones: de contarle tus secretos y problemas, y entregarle a él (y sólo a él) tu cuerpo.
En tercer lugar, la fidelidad se basa en la creencia de que el amor es un objeto y no un nivel de relación, y, por tanto, sólo es posible entregárselo a una sola persona. Los demás son un atentado porque "sólo se puede amar a uno", es decir, porque ya has entregado el objeto amor a tu pareja, y le pertenece a ella y sólo ella.
En cuarto lugar, parte de la unión clara (clarísima) de todo ámbito de nuestras vidas, pero sobretodo, del sexual con el emocional. O sea, bajo esta lupa, tu alma es epidérmica. De manera que, si te entregas emocionalmente, o dicho de otra forma, si entregas tu objeto amor, entonces también debes de entregar el cuerpo.
Ahora, ¿qué sucede?
Refutación al primer y segundo argumento: el Super Otro y su deber ser. Sabemos que en la práctica el otro no lo es todo y no es capaz de llenarnos por completo, es imperfecto, tiene límites, tan sólo por ser un pobre mortal que no puede saberlo todo y no puede estar siempre para nosotros. Luego, agrégale que debe jugar a serlo, a hacer como si sí, a tapar las fugas de agua con los dedos,. Resultado de esto, cuando menos ves tienes a un mortal disfrazado de dios agitando los brazos con plumas falsas (así me lo imagino), chafamente omnipresente, chafamente absoluto, destinado al fracaso. Y eso es doblemente injusto, para él y para ti, para él porque por más buenas intenciones es fácil que termine fallándote (porque estás queriendo convertirlo en algo que no puede ser) y para tí misma porque por la creencia ingenua de que el otro puede ser tu dios omnipotente, dejas de intercambiar cosas con los demás mortales, dejas de buscar, de nutrirte del flujo vigoroso de la vida, y eso es, entre otras cosas, asfixiante, para ti y para él, ya que sin ventilación todo se acaba pudriendo, se vuelve un círculo vicioso que nada tiene que dar, porque no se ha renovado, porque no es capaz de salir de sí mismo.
Pongamos un ejemplo análogo: los amigos. Puedes tener muchos, y éstos (idealmente) no compiten entre sí: tienes al gracioso, tienes al filófoso folk, tienes al que te recibe a las 3am en su casa, y al que te ayuda a estudiar francés siempre y cuando sea de 9 a 10. Etcétera. Cuando no buscas perfección paradójicamente la encuentras. La encuentras porque no les estás pidiendo nada, nada más que sean lo que son, que den lo que pueden dar. Los sabes mortales, y ese saber ya hace toda la diferencia, porque como mortales pueden darlo todo. Y además de eso, otra cosa a favor: dejas de ver a los amigos cuando hace falta dejar de verlos, y not big deal, cada uno va para su lado a engolosinarse con el mundo y pueden regresar a la amistad cuando les apetezca, renovados y ligeros, sin haber traicionado al amigo nunca y sin embargo, si habiendo crecido por su parte. Y la pregunta que nace de esto es: ¿Por qué no puede ser así con las parejas?
Y entonces viene el tercer argumento a favor de la fidelidad: el amor objeto. La idea del amor objeto es la más endeble argumentativamente y sin embargo es la que tenemos más arraigada en la cultura, como una uña enterrada en el dedo del pie. No sabemos por qué pero creemos que sólo es posible querer a una persona. Simplemente absurdo. Por supuesto que tiene más sentido ver al amor como un nivel de relación que se construye, y si lo ves así, la posibilidad de amar a más de uno depende sólo de tu tiempo y de tus ganas. Es cierto que construir una intimidad profunda con alguien más toma tiempo y es difícil, de manera que hacerlo con muchos se vuelve casi imposible, pero en todo caso, eso está en cada quien decidirlo. Poder amar a dos personas, contrario a lo que se cree, es haber entendido su valor de persona, saber que no son competencia porque son únicas y es único el vínculo y por esa razón no tienen por qué atropellarse entre sí. Pero en cambio lo que sucede de facto es que reducimos a las personas a los roles específicos y herméticos y creemos que con eso es que las hacemos especiales. Especiales porque novio o novia sólo hay uno, dirán. Pero no, novios hay muchos y son siempre iguales, actuando como actúan los novios. Lo especial es ser persona, y eso rebasa cualquier rol posible y no atenta contra nada y contra nadie.
Pongamos un ejemplo análogo: los amigos. Puedes tener muchos, y éstos (idealmente) no compiten entre sí: tienes al gracioso, tienes al filófoso folk, tienes al que te recibe a las 3am en su casa, y al que te ayuda a estudiar francés siempre y cuando sea de 9 a 10. Etcétera. Cuando no buscas perfección paradójicamente la encuentras. La encuentras porque no les estás pidiendo nada, nada más que sean lo que son, que den lo que pueden dar. Los sabes mortales, y ese saber ya hace toda la diferencia, porque como mortales pueden darlo todo. Y además de eso, otra cosa a favor: dejas de ver a los amigos cuando hace falta dejar de verlos, y not big deal, cada uno va para su lado a engolosinarse con el mundo y pueden regresar a la amistad cuando les apetezca, renovados y ligeros, sin haber traicionado al amigo nunca y sin embargo, si habiendo crecido por su parte. Y la pregunta que nace de esto es: ¿Por qué no puede ser así con las parejas?
Y entonces viene el tercer argumento a favor de la fidelidad: el amor objeto. La idea del amor objeto es la más endeble argumentativamente y sin embargo es la que tenemos más arraigada en la cultura, como una uña enterrada en el dedo del pie. No sabemos por qué pero creemos que sólo es posible querer a una persona. Simplemente absurdo. Por supuesto que tiene más sentido ver al amor como un nivel de relación que se construye, y si lo ves así, la posibilidad de amar a más de uno depende sólo de tu tiempo y de tus ganas. Es cierto que construir una intimidad profunda con alguien más toma tiempo y es difícil, de manera que hacerlo con muchos se vuelve casi imposible, pero en todo caso, eso está en cada quien decidirlo. Poder amar a dos personas, contrario a lo que se cree, es haber entendido su valor de persona, saber que no son competencia porque son únicas y es único el vínculo y por esa razón no tienen por qué atropellarse entre sí. Pero en cambio lo que sucede de facto es que reducimos a las personas a los roles específicos y herméticos y creemos que con eso es que las hacemos especiales. Especiales porque novio o novia sólo hay uno, dirán. Pero no, novios hay muchos y son siempre iguales, actuando como actúan los novios. Lo especial es ser persona, y eso rebasa cualquier rol posible y no atenta contra nada y contra nadie.
Y si esto todavía no los deja satisfechos, tenemos también la refutación al cuarto argumento: el del alma epidérmica. Suponiendo que concedemos que por equis o ye, sino prohibido, al menos no es económico amar a más de una persona, porque pudiera ser que descuides a la otra o tal. Supongámoslo. ¿Pero y si te tiras a alguien más? "¡Oh no, pecado divino!" ¿Por qué, coño? Concebir el cuerpo como una extensión del alma es tan medieval... ¿Qué de traición puede haber en estar con otro cuerpo? ¿Porque no verlo como una actividad social más, como jugar dominó, o hedonista, como masturbarse? Si tengo a un hombre desnudo equis, créanme que lo último que va a estar siendo pertubado es el amor que puedo sentir por mi pareja. Son cosas tan absolutamente aparte...
Y bueno, una vez recorrido el camino es hora de intentar esbozar una conclusión:
A mi parecer, el problema está en que depositamos gran parte de nuestro ego en nuestras relaciones de pareja. Es por eso que queremos que se nos diga que somos únicos, que somos los mejores y que junto a nosotros el otro no necesita de nada más. Es por eso que creemos que vale la pena aceptar las reglas del juego, porque es un juego diseñado para cubrir nuestros complejos y nos gusta, es un verdadero opio. Pero si pudiéramos (o quisiéramos) dejar a un lado nuestros complejos, quizás descubriríamos que el concepto de la fidelidad es absurdo, que no es big deal querer o cogerte a otras personas, o al revés, que tu pareja lo haga, que igual es más sano, moverte por la vida disfrutando lo disfrutable, intercambiando pláticas, cafés, un churro de mota o un acostón con no sé quien de vez en vez, en vez de cerrarte a esas opciones para jugar al núcleo omnipotente de una relación que siempre cojea por avorazado.
1 comentario:
No es que consideremos al cuerpo como extensión del alma o como subordinación de ésta, como sería la idea medieval. El problema radical viene de que lo único que tenemos es el cuerpo (¿o sostenemos la existencia del alma?), y de ahí que al entregar tu cuerpo entregues todo.
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