Ingenua la visión que nos convence que en una relación lo relevante es la forma en la que la otra persona nos importa: "es que yo que tanto lo quiero y él...", cuando basta verlo un poco más de cerca o con un poco menos de ingenuidad, para darnos cuenta que el motor es otro: lo de menos es cómo nos importa aquel otro, sino más bien cómo nos importamos a nosotros mismos. Parece que, en el imaginario, todavía nos percibimos como la joya perdida, como el tesoro por el que la humanidad está dispuesta a matarse, por la que debe matarse; y eso lo convertimos en un imperativo para el otro: "cómo puede traicionarme, cómo puede no valorarme, cómo puede recordarme que no soy esa joya, cómo!" Ego vil.
Ahora bien, la posibilidad de desencantarnos y desmitificar aquella filantropía perversa que creíamos tener, cambia nuestro campo de acción radicalmente: No se trata de buscar la victoria en que te comprueben joya, pues, si bien es placentero ganar así, esa victoria será siempre parcial e ilusioria. Se trata, más bien, de lo contrario, de darle la vuelta al problema: reconocer que poco importas, liberarte de tu ideal de ser, de tu deseo falaz de reconocimiento. Vaciarte pues, y así, dejarte llenar por lo que venga, sabiéndote inconsistente e irrelevante, y sintiéndote absoluta e insignificantemente emancipado.
Ahora bien, la posibilidad de desencantarnos y desmitificar aquella filantropía perversa que creíamos tener, cambia nuestro campo de acción radicalmente: No se trata de buscar la victoria en que te comprueben joya, pues, si bien es placentero ganar así, esa victoria será siempre parcial e ilusioria. Se trata, más bien, de lo contrario, de darle la vuelta al problema: reconocer que poco importas, liberarte de tu ideal de ser, de tu deseo falaz de reconocimiento. Vaciarte pues, y así, dejarte llenar por lo que venga, sabiéndote inconsistente e irrelevante, y sintiéndote absoluta e insignificantemente emancipado.
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